Cambio de época o época de cambios: el Gatopardo
“El Gatopardo” es considerado una de los relatos literarios clave del siglo XX, una de las obras maestras de la literatura italiana, escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa y acabo de leer en reciente edición por Anagrama, llevada al cine por Luchino Visconti con Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale.
"El Gatopardo" (leopardo jaspeado en italiano) es el emblema escudo del príncipe de Salina, líder de una familia nobiliaria de Sicilia en 1860, en la fecha en la que se produce la llegada de Garibaldi, que apoyó al Rey Victorio Enmanuel de la casa de Saboya y cambió el orden borbónico imperante donde Italia era un conjunto de reinos bajo el control de Francia y Austria. Fue el comienzo de la Reppublica Italiana como hoy la conocemos.
"El Gatopardo" es una metáfora del cambio, en este caso, el paso de un sistema casi feudal a una democracia parlamentaria, la emergencia de un pensamiento liberal y de una clase social media que va escalando en el poder económico y político. "El Gatopardo" refleja las reacciones de rechazo y aceptación de las aristocracias históricas ante su propia destrucción creativa.
Como lacónicamente dice el príncipe de Salina en un fragmento, “los sicilianos llevamos 25 siglos de invasiones de distintos pueblos, nunca hemos decidido nada por nosotros, una vez más hemos de adaptarnos a lo nuevo. Hay que cambiar todo para que nada cambie.”
El “gatopardismo” se ha convertido en un principio que permea hoy, ya que en general se refiere a la actitud ante el cambio.
Lo vemos reflejado en los cambios en el panorama político, en los cambios en las empresas ante nuevos paradigmas económicos y tecnológicos, y en las propias personas, que hemos de adaptarnos a los cambios derivados de la globalización, del impacto de las nuevas tecnologías en el mercado laboral, las nuevas necesidades de formación dentro de marcos políticos que dan respuesta de forma desigual precisamente a los nuevos retos que se plantean a los ciudadanos.
En política vivimos una etapa donde los partidos tradicionales, conservadores o liberales, de derechas o izquierdas, socialistas o tradicionalistas, ven la necesidad de incorporar en su mensaje nuevas necesidades que capturan partidos populistas que en muchos casos no tienen el poder. Llamadas contra la inmigración, mantenimiento de valores y cultura, proteccionismo, una especie de “nosotros somos los primeros”.
Los partidos tradicionalmente hegemónicos responden con corrientes internas que más o menos van incluyendo en sus catálogos las demandas de los nuevos partidos. Hay una pugna de identidad clave donde los partidos han de enfrentarse a la diatriba de bien mantener postulados (a veces a costa de perder votantes) o cambiar (buscando nuevos caladeros). Hay políticos que admiten que su tiempo pasó, y hay políticos que son un ejemplo de un adaptativo funambulismo de sus valores. El “gatopardismo político” como parábola de la actitud frente al cambio es por tanto uno de los retos de los políticos ante un cambio de la escena.
En el mundo de la empresa se vive un cambio con una velocidad sin precedentes, producto de la globalización y los avances tecnológicos. Como consecuencia de ello han surgido nuevos modelos de negocio que han dado lugar a nuevas compañías, muchas de ellas dominantes a través de su maestría en nuevas tecnologías. Han surgido millares de nuevas empresas en todo el mundo, al calor del coste descendiente para lanzar nuevos negocios precisamente por la disponibilidad de nuevas tecnologías de coste marginal decreciente. Y sobre todo han surgido por la explosión de la incorporación de usuarios individuales a las nuevas tecnologías a través de dispositivos móviles. Ello ha determinado una nueva independencia y una mayor exigencia por parte de los consumidores respecto de sus proveedores habituales. Llevado a la política, podríamos decir que los votantes nos encontramos ahora con nuevas herramientas u opciones que no usan los partidos tradicionales.
El “gatopardismo empresarial” es el reto ante estos cambios de las empresas tradicionales y su respuesta. Muchas son dominadores aún en sus sectores, en sus mercados, o en sus productos y servicios. Pero todas se encuentran con la realidad de nuevos competidores, nuevas formas de hacer las cosas, y unos clientes que son cada vez más volátiles y cambiantes.
Cómo cambiar la cultura sin cambiar la esencia, como apalancarse en las fortalezas para atacar las debilidades, como rejuvenecer la relación con su clientes, como crecer en el mundo globalizado, como atraer y retener talento e inversión son algunos de los principales retos. “Como cambiar para que nada cambie”.
Pero aun va más lejos: como cambiar el modelo de negocio “para no sólo usar la tecnología para hacer caballos más rápidos”, como dijo John Ford cuando construyo la cadena de montaje para el mítico Ford T. Kodak no entendió la llegada de las fotos digitales y se concentró en perfeccionar la química de sus películas fotográficas, de la misma forma que Blockbuster no comprendió la llegada de las películas en streaming frente a las películas grabadas en soporte físico o DVDs.
Si el reto del “gatopardismo empresarial” es la continuación de la empresa, ésta deberá entender y ejecutar los nuevos cambios necesarios en su modelo de negocio. De no ser así, perderá sus clientes, sus accionistas perderán su inversión y sus empleados perderán su trabajo. Las nuevas empresas, sean startups o grandes corporaciones tecnológicas (llamados GAFA) tomarán la alternativa ante el cambio de régimen.
El “gatopardismo de las personas” es nuestra actitud ante el cambio, un cambio que nunca cesa pero que se ha acelerado en todos los frentes de nuestra vida. Aquí me quiero referir a la perdida de certezas respecto de ciertas asunciones que están en riesgo, y se refieren a la relación entre persona y trabajo. Se ha dicho sobre todo en el siglo XX que el trabajo dignifica a la persona. Se tiene dignidad cuando se trabaja, se tiene un propósito que nos hace ser parte de la comunidad. Contribuimos con nuestro trabajo a la creación de riqueza y a la solidaridad con nuestros impuestos. Sin trabajo no hay dignidad. Sí? Sobre todo, sin trabajo no hay ingresos, y sin ingresos no hay participación en la vida económica ni social porque nadie, ni los estados pueden garantizar el nivel de vida. La mejora del nivel de vida siempre proviene del esfuerzo de las personas, y es mucho más efectivo cuando se dan las adecuadas condiciones institucionales.
El “gatopardismo de las personas” se enfrenta hoy su mayor reto porque sabemos que lo que estudiamos o en lo que trabajamos no es garantía de continuidad si no nos renovamos continuamente, que aún así el trabajo por cuenta ajena no será una opción para todos, que el coste marginalmente decreciente de las tecnologías va a reducir el coste de la mayoría de los salarios, o que tecnologías como la IA van a sustituir a millones de trabajadores actuales en todo el mundo.
Si las personas queremos tener éxito hemos de reconocer nuestra necesidad de cambio, y es posible que no sea suficiente por la aceleración del mismo. Como dice Andrés Oppenheimer en su libro “Salvese quien pueda”, es cada vez más evidente que existirá un desempleo tecnológico antes de que nuevos trabajos de futuro que hoy no conocemos se conviertan en realidad que afecte a capas amplias de la población. Los otrora tecno-optimistas como Peter Diamandis de la Singularity University ya admiten que existirá un período de adaptación difícil. Tecno-pesimistas como Martin Ford en su "Auge de los robots" siempre tuvo claro esa dificultad. Otros tecno-optimismas están seguros de las nuevas tecnologías llevarán a una reducción del coste de la vida para las personas (por ejemplo, casas más baratas, energía más barata, …). Cada vez hay más consenso, o menos oposición al hecho que de que será necesaria algún tipo de subvención a la vida (Universal Basic Income) y se discute si debería ser universal, o condicionada a ciertos comportamientos. Sobre cómo se financia, algunos como Bill Gates abogan por impuestos a los robots.
Aunque la historia del ser humano es un confrontamiento continuo con la evolución, nunca nos ha gustado el cambio y, sobre todo, nos importa el cambio durante nuestro horizonte vital. Como dice el príncipe de Salina en conversación filosófica con su sacerdote, “me interesa lo de mis hijos, hasta lo de mis nietos, pero no más allá. La Iglesia que es imperecedera ha de preocuparse por horizontes a más largo plazo”.